Hoy salimos de la Alhambra fortificada para desplazarnos a la colina del Sol, para disfrutar de los maravillosos jardines del Generalife «la más nobles y altas huertas» , para tal y como harían los reyes nazaríes, disfrutar de una tranquila jornada campestre para huir de la vida oficial de palacio, «huerta que par no tenia»
A extramuros de la ciudad palatina se encuentra el Yannat al-Arif o el jardín del Arquitecto.
Concebida por Muhammad I, a finales del siglo XIII, como una casa de campo, como almunia, finca rústica, de las muchas de las que disfrutaban los monarcas nazaríes en los aledaños de la ciudad de Granada, quizás la más apreciada por su belleza y cercanía al complejo palatino, lo que le permitía poder desplazarse de forma discreta y a la vez segura.

Explotación agrícola y ganadera en donde poder desarrollar practicas cinegéticas cómo la montería o la cetrería a las cuales los reyes eran tan aficionados.
Con una pequeña casa-palacio, grande en consonancia con el entorno, donde se manifiesta el amor a la naturaleza; un paraíso vegetal que combina huerto, vergel y jardín de placer, desde el que en una ojeada abarcamos toda la ciudad Granada así como los valles del Genil y del Darro.
Dar al-Mamlaka al-Sa’ída o la Casa Real de la Felicidad.
Hay numerosos intelectuales musulmanes que en sus obras tratan el tema del paisajismo como; Ibn Yulyul, Ibn Al Baytan pero reproducimos a continuación un texto de Ibn Kuyun sabio, místico y poeta Andalusí que vivió en el siglo XIII que nos describe como debe ser la Disposición del Jardín, descripción a la que se ajusta mucho el Generalife:
» Para el emplazamiento de una casa entre jardines se debe elegir un altizano que facilite su guarda y vigilancia. Se orienta el edificio al mediodia, a la entrada de la finca, se instala en los más alto el pozo, o mejor que pozo se abre una acequia que corre entre la umbría. La vivienda debe tener dos puertas, para que quede más protegida y sea mayor el descanso del que la habita. Junto a la alberca se placan macizos que se mantengan siempre verdes y alegren la vista.
Algo más lejos debe haber cuadros de flores y arboles de hoja perenne. Se rodea la heredad con viñas, y en los paseos que la atraviesan se plantan parrales. El jardín debe estar ceñido por uno de estos paseos con el fin de separarlo del resto de la heredad. Entre los frutales, además del viñedo, debe haber aljeces y otros arboles semejantes, porque sus maderas son útiles. A cierta distancia de las viñas lo que quede de la finca se destina a tierra de labor y asi prosperara lo que en ella se siembre.
En los limites se plantaran higueras y otros arboles análogos. Los grandes frutales deben sembrarse en la parte norte con el fin de que protejan del viento al resto de la heredad.
En el centro de la finca debe haber un pabellón dotado de asientos y que de vista a todos los lados, pero de tal suerte que el que entre en el pabellon no pueda oír lo que hablan los que estan dentro de aquel, procurando que el que se dirija al pabellón no pase inadvertido.
El pabellón estara rodeado de rosales trepadores, asi como de macizos de arrayan y de toda planta propia de un vergel. Será más largo que ancho, para que la vista puede explayarse con su contemplación». (Joaquina Eguaras, Ibn Luyun: Tratado de Agricultura, Patronato de la Alhambra y el Generalife, 1988, pp. 272-273)

Para el subconsciente occidental el gran jardín «islámico» es la Alhambra y el Generalife donde el Jardín-Paraíso se contraponen al Desierto-Infierno.
Un jardín en paratas o terraplenes aprovechando el desnivel de la ladera donde el agua, procedente de Sierra Nevada, desde los albercones y a través de acequias ha de manar suavemente; distribuidas de forma irregular regará a la menta o la hierbabuena, a los naranjos amargos, al granado, al almencino, al ciprés, membrillo, al laurel a la vid, a la madre selva o al jazmín.